Tuve en una ocasión un jefe en el sitio donde trabajaba que me decía, a su modo, algo así como: “¡Qué importante es saber gestionar las emociones de uno mismo!”
No diré quién es, pero está dentro de este artículo.
Y eso, precisamente, he tenido que hacer con esta edición de la Gran Vuelta Valle del Genal.
Y entono el “mea culpa”. He sido yo el que decidió aceptar el reto de gestionar la comunicación de nuestro Genal. Pero, ¡Madre mía!… ¡Qué largo se me hizo el mes de octubre!
Una vez allí, en Estepona, a punto de salir las 100 millas, pensaba emocionado en lo bonito que iba a ser estar presente en un momento histórico. Sonaron las notas… y a la luz de un tibio farol leí la arenga de Raquel Mena.
Subíamos en una furgoneta con olor a Mc Menú en busca del Valle. En el camino nos encontramos una impresionante serpiente de luces que iba cresteando Sierra Bermeja hasta coronar en los Reales. Recuerdo haber sentido una emoción complicada de describir. “Están en marcha, Yiyi… parecía que no iba a pasar nunca”.
Tiempo justo de descansar y estábamos en la azotea de las caras descompuestas, en el trampolín de la ultra. Estábamos ante todos los miedos de la madre naturaleza concentrados en una sola plaza.
No llovía, pero no hacía falta. Era fácil ver como el estado emocional de corredores y corredoras se resumían en un apretar de mandíbulas o un suspirar largo de los que parecen no terminar nunca.
Me tocaba ahí leer la arenga de mis amores. La de los 130, la original, la del Valle. La que llevamos tatuada bajo la piel de las emociones los que somos y nos sentimos parte de nuestro Valle del Genal. Abrazo a Sevi y comparto cuatro o cinco miradas de complicidad con gente que ni en la conversación más larga del mundo serían capaces de decirme lo que aquella (todavía) noche me dijeron con la mirada.
Resoplo y veo a Joselito Piscinas señalarse los pelos de los brazos mientras Jesús Lacasa asiente con media sonrisa nerviosa.
Intento evadirme. Cuando empiezan Mario y Martín ya casi me llevan en volandas hasta el inicio de la cuenta atrás. Un instante antes pienso: “llevas un año soñando con este instante. Disfrútalo.”
Salgo a correr en el cero y la adrenalina no me permite pensar, sólo mirar y dejarme arrastrar por la marea multicolor que grita en busca del último ápice de bravura que quedara encima de la tierra.
Pasan horas entre publicaciones, hashtags, etiquetas, redacciones, fotos y noticias que van llegando desde el Valle.
Emoción a raudales en la llegada de los primeros. Dani García y Rafi Román se coronan como ganadores de las primeras 100 millas. Nono y Sina Peppa hacen lo propio en la ultra. En relevos el triunfo es para el Umax, en féminas se imponen las Valkirias y en mixto el primer puesto fue para Cantineros.
Al día siguiente era como si no supiese echar la llave a algo que se había ocupado de llenar mi vida y mis horas en los últimos meses.
¡Aún no ha terminado la Gran Vuelta y ya me siento casi vacío!
Para colmo Rita se ha perdido en el monte.
Estamos apañaos…
Pero ahí estábamos, vivos, a pesar de todo… viendo a un equipazo en pie a pesar de que algunos no pudieron ni descansar, dormir un poco o pegarse una ducha.
Ahí estaban. De pie. A pesar de que hacía una semana a esa misma hora el Valle era el epicentro de una apocalipsis injusta.
Y con esa emoción, me quedé con un nudo en el estómago al ver que Judit con media sonrisa de verdad le entregaba a Mar las llaves del Genal.
Cuando cogía el coche y volvía a casa era como si el cielo empezara a caerse. Me quedaban unas horas para recuperar y estar al 1000% en Eurafrica Trail.
Y aquella noche, hermano…hermana… me quedé dormido pensando en los olores del Valle, en la soledad del Jardón, en que mi “Capitán” no tiene quien le escriba, en que alguien a escasos kilómetros de allí escuchaba mudo la respiración de Roque y Mateo, en Rita… nuestra burrita guapa, en el palizón que se ha dado mi amigo Rafita Olvera y su gente, en la sonrisa de Sina casi sin creerse que había ganado, en Tolo al límite de sus fuerzas, en Juanjo y Salvi contando cosas, en Cristina allí… en la plaza…conmigo después de tanto tiempo.
Y fue pensando en todas esas cosas, que al final, me quedé dormido.