El día de las montañas, la vida en las montañas

Pedro Chito

Cerca de la curva de los mil quinientos

Avistábamos la Costa del Sol y Marbella a los pies de Sierra Blanca y de La Concha.
El atardecer había sido espectacular. Lo que vino después no fue menos.
El cielo se pintó de color rojo y las nubes empezaron a dibujar formas en el cielo a su gusto y elección.
Era inevitable estar contemplando aquella luz ardiente y sentirte mínimo. Casi insignificante.
Nada más útil que subirte a lo más alto de una montaña para trivializar todos los problemas que podamos tener nosotros, mujeres y hombres del primer mundo.
Sacamos unas galletas y un poco de agua.
No es nada del otro mundo, pero la subida al puerto de Pilones por el carril tiene su miga.
Aquel naranja intenso del cielo se iba haciendo cada vez más rojo y a la sazón más oscuro.

Hacía ya casi media hora que una inmensa bola ardiente que había puesto más allá de los dominios de Sierra Blanquilla.

Curiosamente había dejado de hacer frío. Al menos daba la sensación de que el viento no soplaba con la violencia que lo hacía en el Puerto de Pilones.
Ahora el carril era todo oscuridad. Mantenía con mis compañeros de viaje (Pedro y Miguel) una animada charla cuando descubrimos que una sombra se proyectaba delante nuestra. Era la luna. Casi llena.
El espectáculo volvió a ser antológico. Una inmensa bola de luz azul se colaba entre las fantasmagóricas ramas de unos viejos pinsapos y a la sazón las rocas expuestas a nuestra vista todavía recibían el último halo de luz cálida del atardecer.
A lo lejos veíamos a un pájaro que se cruzaba en un par de ocasiones delante de la luna. Todo era magia.
Todo naturaleza pura.
Disparamos una foto y provocamos un atronador silencio que sólo se veía roto por el suave canto de la brisa en las hojas del aquel dinosaurio botánico.
En la bajada hasta quejigales nos imaginábamos cómo sería la vida de aquellos arrieros que subían a por la nieve a los neveros situados por encima de los 1600 metros.
Clack, clack, clack… sonaban los bastones en la bajada.
Había sido una tarde vulgar, en mitad de la nada en un futuro parque nacional, pero teníamos la sensación de haber vivido la tarde más mágica del mundo.
Eso fue ayer… y hoy lo comparto con vosotras/os.
¡¡Feliz día de las montañas!!

¡Feliz en tu día, Montaña!

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